¿Cuáles son los beneficios de los ecosistemas?

¿Cuáles son los beneficios de los ecosistemas?

Los ecosistemas son responsables de la calidad del aire atmosférico y de su circulación, que es la que determina el clima en el mundo. El sol, al calentar el aire, provoca su ascenso en las regiones cálidas y el lugar que este ocupaba es sustituido inmediatamente por otras masas de aire frío descendente. El resultado es la circulación atmosférica general.

Agua

De la misma manera, el sol evapora el agua de océanos, mares y lagos, formando las nubes que posteriormente la convertirán en lluvia o nieve. Tal como escribió Job, miles de años antes de que se descubriera el ciclo del agua en la Tierra: Él (Dios) “atrae las gotas de las aguas, al transformarse el vapor en lluvia, la cual destilan las nubes, goteando en abundancia sobre los hombres.” (Job 36:27-28)

Cuando el agua cae sobre los ecosistemas, no toda va a parar de nuevo al mar, sino que la mayor parte retorna a la atmósfera gracias al bombeo constante de las plantas. Es lo que se conoce como evapotranspiración o transpiración del vapor de agua expulsado por los vegetales.

No obstante, al talar un bosque o una zona de la selva, se altera dramáticamente parte de este mecanismo y el clima de la región se vuelve más cálido y seco. Siempre que se altera drásticamente un ecosistema, este cambia el porcentaje de evapotranspiración y esto provoca un cambio climático en la región.

Igualmente, los ecosistemas desempeñan un papel crucial en el suministro de agua dulce. Los bosques que hay en las laderas de las montañas, además de retener el suelo con sus raíces, absorben el agua de la lluvia o de las nubes, pasándola después a los manantiales y arroyos.

Durante este proceso, limpian el agua de todo tipo de impurezas que pudiera contener, tales como ácidos, metales pesados, sustancias radiactivas o cualquier otro contaminante industrial. Por lo tanto, el agua de estos manantiales y arroyos de montaña tiene una calidad superior a la de la lluvia que cayó sobre el bosque.

Tierra

Los ecosistemas mantienen el suelo en perfecto estado, ya que este es renovado continuamente por la descomposición de las rocas y por la acción de infinidad de organismos pertenecientes a la flora y fauna edáficas. 

Algunos de los cuales son tan pequeños que no pueden verse a simple vista, como las bacterias y ciertos hongos microscópicos. Estas especies contribuyen a desmenuzar las rocas añadiendo sustancias orgánicas.

Pero los suelos no son solamente rocas pulverizadas, sino que constituyen, en sí mismos, auténticos ecosistemas muy complejos. En un solo metro cuadrado de suelo forestal se pueden encontrar más de mil especies de invertebrados. De ahí que la tasa de generación del suelo sea muy lenta, aproximadamente del orden de unos pocos centímetros cada mil años. 

Hay microbios que fijan el nitrógeno atmosférico, haciendo posible así que otros seres vivos puedan utilizarlo. Los llamados descomponedores reciclan continuamente todos los nutrientes. Bacterias, hongos, lombrices, arácnidos e insectos remodelan el suelo sacando a la superficie partículas del fondo y viceversa, con lo que lo airean y humedecen.

Algunos hongos son esenciales para la existencia de diversas especies arbóreas, ya que les ayudan a obtener los nutrientes del suelo. Es el caso de las conocidas setas, tanto de las comestibles como de las desechables. Por eso, cuando se pierde el suelo, por deforestación y posterior erosión, el resultado es desastroso para el ecosistema.

Los organismos descomponedores convierten las grandes y complejas moléculas presentes en los cadáveres y excrementos de los seres vivos en productos inorgánicos simples como el carbono, hidrógeno, nitrógeno, fósforo, oxígeno, etc. De esta manera, tales elementos pueden de nuevo reiniciar sus ciclos en los ecosistemas.

Por ejemplo, un átomo de nitrógeno de una proteína muscular de una oveja muerta en las montañas, puede entrar en el ADN de un buitre leonado después de que este se alimente de los despojos de la oveja. El mismo átomo de nitrógeno es susceptible de ser transferido por el buitre a uno de sus pollos que, al morir de adulto, lo podría pasar a un pequeño escarabajo carroñero que se alimentara también de sus restos. Dicho nitrógeno podría ser excretado por el escarabajo en forma de ácido úrico y, posteriormente, regresar a la atmósfera gracias a la acción de alguna bacteria presente en el suelo.

Desde la atmósfera, sería posible que entrara de nuevo en los seres vivos del ecosistema mediante la intervención de ciertas bacterias fijadoras de nitrógeno que existen en las raíces de plantas leguminosas, como la alfalfa. Y, una vez incorporado a la planta, el átomo de nitrógeno podría llegar de nuevo a formar parte de cualquier tejido de otra oveja que se alimentara de dicha alfalfa. Se cerraría así el ciclo del nitrógeno, ya que habría llegado al punto de partida.

Control de plagas

Los ecosistemas naturales son capaces también de controlar las plagas que afectan a los cultivos humanos y de neutralizar a los organismos que transmiten enfermedades a las personas. Más del 95% de las especies capaces de competir seriamente con el Homo sapiens por el alimento o que pueden causarle importantes enfermedades, como el reciente Covid-19, han estado hasta ahora controladas eficazmente por otras especies presentes en los ecosistemas naturales. De ahí la importancia de proteger dichos ambientes, aunque solo sea por nuestra propia supervivencia.

Polinización

La polinización de las plantas con flor es otro enorme beneficio prestado por los ecosistemas. Por ejemplo, sobre las flores de una planta de zanahoria pueden pasar cientos de especies diferentes de insectos, tales como abejas, abejorros, avispas, moscas, mariposas, etc., que en su intento por alimentarse se convierten en fecundadores involuntarios de la zanahoria. Esto puede extenderse a miles de especies vegetales más.

La sabiduría, previsión y diversidad que hay detrás de este ubicuo mecanismo ecológico es abrumadora. Por ejemplo, cada una de las más de 900 especies de higos que hay en el mundo tiene su propia especie de pequeña avispa que la poliniza. Sin la presencia de tales insectos, muchas plantas desaparecerían para siempre. 

Alimento

Los ecosistemas de la biosfera proporcionan alimento a la humanidad. Los océanos, mares y demás sistemas de agua dulce constituyen una importante fuente de nutrientes. Pero, desgraciadamente, no se trata de un recurso inagotable, sino que requiere de tiempos adecuados de reposo para la recuperación de las especies y de una conciencia ecológica internacional que vele por reducir, hasta eliminar, los vertidos contaminantes de las aguas. Lo mismo puede decirse de los sistemas terrestres que nos proveen de alimento desde la noche de los tiempos. 

Medicinas

Por último, los ecosistemas constituyen una inmensa biblioteca genética repleta de libros que todavía no han sido leídos por el ser humano. Los que sí se han escudriñado, nos han revelado secretos beneficiosos en forma de genes que producen proteínas que son alimentos, drogas, antibióticos, productos anticancerígenos y una larga colección de sustancias útiles.

Es indudable que los sistemas naturales encierran miles de organismos y productos todavía por descubrir que pueden ser valiosos para la humanidad. De ahí que la pérdida o extinción de una sola especie sea algo irreparable. Como perder una huella del Creador.

La bondad del Creador

En el primer libro de la Biblia puede leerse: “Produjo, pues, la tierra hierba verde, hierba que da semilla según su naturaleza, y árbol que da fruto, cuya semilla está en él, según su género. Y vio Dios que era bueno.” (Gn. 1:12)

Es verdad que vivimos en un mundo caído y sometido al mal, pero en el que todavía resulta posible detectar migajas de aquella bondad primigenia con la que el Creador hizo todas las cosas. Los cristianos debemos pensar que amar al prójimo hoy es también proteger los ecosistemas naturales que permiten y facilitan su vida biológica.

Publicat originalment per a Protestante Digital, el 14 de novembre de 2021.

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