Dios no se complace con el pecado, pero Él no deja de amarnos

Dios no se complace con el pecado, pero Él no deja de amarnos
  “mi pecado te declaré...” Salmo 32:5 David nos habla del pecado y sus consecuencias, de Dios y de la dicha del que ha sido perdonado. David lo experimentó; no tiene miedo ni se avergüenza en reconocer sus transgresiones. La naturaleza humana está hecha de la misma materia: todos hemos pecado, y la paga es la muerte. Seremos juzgados por ellos, reyes y plebeyos. Pero el hombre moderno lo considera algo sin sentido. El pecado es una enfermedad universal. También cuando nos abstenemos de hacer el bien. La única manera de enfrentar el pecado es reconocer que somos pecadores y que necesitamos recibir el perdón de Dios. Cualquiera dispuesto a lanzar la primera piedra es un hipócrita. Jesús no minimiza el pecado; lo que quiere es señalar que todos tenemos las mismas luchas y no podemos creernos mejor que el otro. El pecado puede destruir nuestra vida; es como el humo, que si dejamos un resquicio, se cuela y lo ennegrece todo. El pecado hay que saber verlo, reconocerlo y huir de él. El pecado nos roba la vitalidad, nos limita, nos hace esclavos de sus caprichos. Debemos ser veraces con nosotros mismos y con Dios. Dios no se complace con el pecado, pero Él no deja de amarnos. Su misericordia es como un escudo que nos protege.”

Predicación del 12 de febrero Javier García

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