El apóstol Pablo se dirigió a los creyentes de Roma con estas palabras:
“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Ro 5:12).
¿A qué tipo de muerte se estaba refiriendo, a la de todos los seres vivos de la creación o sólo a la humana? Mucho antes, Dios le había dicho a Adán:
“Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Gn 3:17-19).
Muchos creyentes piensan que las leyes físicas que imperan en nuestro mundo actual, especialmente aquellas que tienden hacia el desorden y la descomposición, como la segunda ley de la termodinámica o de la entropía, así como la existencia de los animales carnívoros, serían consecuencia directa del pecado de nuestros primeros padres, pero no del diseño divino original.
Esta creencia, derivada de una determinada interpretación de los versículos anteriores, ha venido siendo, a lo largo de la historia, como una piedra de tropiezo para muchos escépticos.
Por ejemplo, el filósofo y matemático ateo Bertrand Russell, premio Nobel de Literatura en 1950, escribió:
“cuando los animales se torturaban entre sí con feroces cuernos y aguijones mortales, el Omnipotente estaba esperando con tranquilidad la final aparición del hombre con más exquisitos poderes de tortura y crueldad más ampliamente difundida. Por qué el Creador hubo de preferir alcanzar su meta por un proceso, en vez de ir directamente a él”.[1]
Después de Russell, muchos otros autores han usado el mismo argumento acerca de la existencia del mal en el mundo, como algo que iría supuestamente en contra de un Dios omnipotente y bondadoso. La respuesta de los creyentes siempre ha sido que todo supuesto mal es siempre culpa exclusiva de la desobediencia humana o de la casualidad.
No obstante, creo que hay otra manera diferente de interpretar tales textos bíblicos. En primer lugar, la Biblia no dice que el trabajo de Adán fuera un castigo divino, a causa de su desobediencia.
De hecho, el primer hombre ya trabajaba labrando y cuidando el huerto en el que Dios lo puso antes de la Caída (Gn 2:15). Pero esa labor le resultaba agradable y gratificante. En cambio, lo que afirma la Escritura es que, a partir del pecado, el trabajo humano sería más arduo, más difícil y menos efectivo que antes, ya que para ganarse el pan se requeriría más esfuerzo y sudor del rostro (Gn 3:17-19).
Las consecuencias de aquella primera desobediencia entorpecerían la vida humana, haciéndola más dolorosa, laboriosa e ineficaz.
La Escritura no dice tampoco que el error de Eva, al tomar y comer del fruto prohibido, generara el dolor. Lo que afirma es que éste se multiplicaría especialmente durante el embarazo y el parto (Gn 3:16).
Yo creo que el dolor y la muerte animal ya existían antes de la Caída porque, como veremos, la vida humana no puede darse si nuestras células vivas, así como los millones de bacterias que poseemos en el intestino, no nacen, crecen, se reproducen y mueren constantemente.
En el texto mencionado del libro de Romanos, el apóstol Pablo no se está refiriendo a la muerte de los animales y las plantas sino exclusivamente a la humana, que es la única que tiene como causa el pecado.
Sin embargo, algunos cristianos creen que ningún ser vivo murió antes de que Adán y Eva cometieran su primer pecado. Por ejemplo, el médico norteamericano Tommy Mitchell, que es creacionista de la Tierra joven, escribe: “en la muy buena creación de Dios los animales no se comían los unos a los otros (así, no había muerte entre los animales), porque Dios les dio a Adán y Eva y a los animales plantas para comer, nada más”.[2]
Aparte del hecho biológico de que los vegetales también son seres vivos, constituidos por células eucariotas, y asimismo muchos de ellos deben morir para nutrirnos, esta interpretación se basa en suponer que Pablo se está refiriendo a la muerte en general y no a la muerte por el pecado.
Es obvio que, entre todos los seres vivos creados por Dios, sólo el ser humano es capaz de pecar. Los animales no pecan, únicamente el hombre lo hace y es responsable de ello. Por lo tanto, Romanos 5:12 se refiere a la entrada de la muerte humana en la creación, no a la muerte del resto de la biosfera.
El propio versículo especifica que: “así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”. Esta clase de muerte sólo tiene que ver con el ser humano pecador, no con los animales ni las plantas que no pueden pecar.
El fallecimiento entró por primera vez en el mundo de los hombres y las mujeres porque todos pecaron, pero el resto de los seres vivos ya se morían antes de la creación del ser humano.
Pablo especifica también en 1 Corintios 15:20-22 que la muerte entronizada en la humanidad, a causa de la desobediencia del primer hombre, se limita sólo a las personas, ya que tiene su contrapartida también en un hombre (Jesucristo) quien resucitó de los muertos para darnos vida eterna.
Si en Adán todos morimos, en Cristo podemos ser vivificados. Ni los animales ni el resto de la creación pecaron, puesto que no pueden hacerlo al no ser imagen de Dios. En ningún lugar de la Escritura se dice que los animales y las plantas no murieran antes del pecado de nuestros primeros padres.
Además, conviene tener en cuenta que antes de dicho pecado ya hubo rebelión contra Dios en el mundo celestial y, por tanto, el germen del mal ya existía.
Algunos pasajes se refieren también al cuidado que Dios tiene de los animales carnívoros que requieren presas vivas para subsistir. Por ejemplo, en el Antiguo Testamento se muestra a Dios convenciendo a Job de su ignorancia y se le dice:
“¿Cazarás tú la presa para el león? ¿Saciarás el hambre de los leoncillos, cuando están echados en las cuevas, o se están en sus guaridas para acechar? ¿Quién prepara al cuervo su alimento, cuando sus polluelos claman a Dios, y andan errantes por falta de comida?”
(Job 38:39-41).
También el salmista afirma que “los leoncillos rugen tras la presa, y para buscar de Dios su comida” (Sal 104:21). Esto indica que la depredación en el reino animal es algo natural dispuesto por el creador desde el principio de los tiempos y no una consecuencia del pecado de Adán y Eva.
Los carnívoros dependen de los herbívoros para su subsistencia. Sólo pueden alimentarse de ellos ya que su aparato digestivo no está diseñado para nutrirse de vegetales y es incapaz de digerir la celulosa.
Sin embargo, lo contrario también es cierto. Los herbívoros dependen asimismo de los carnívoros. La depredación que éstos ejercen sobre aquellos beneficia y mejora la calidad de vida de los herbívoros. Los leones, por ejemplo, suelen cazar preferentemente las cebras más torpes y lentas, las enfermas, las de mayor edad o a aquellas que presentan algún defecto genético.
A la larga, esto redunda en beneficio de la población de cebras ya que elimina genes defectuosos y la mantiene en óptimas condiciones. Los zoólogos han podido comprobar que, cuando disminuye la actividad depredadora en un ecosistema, empiezan a proliferar las enfermedades, así como las taras hereditarias entre los herbívoros. Dios diseñó los ecosistemas de tal manera que éstos se autorregulan solos y alcanzan el equilibrio por sí mismos. Desgraciadamente, es el hombre quien, por medio de sus desatinos, los suele desequilibrar.
Muchos creen que la sentencia dicha a Adán: “maldita será la tierra por tu causa” (Gn 3:17), modificó las leyes físicas del universo, en especial la de la entropía o grado de desorden. Sin embargo, tanto la propia Escritura como la física indican que esto no pudo ser así. Pasajes como Jeremías 33:25 y Eclesiastés 1:1-11 permiten pensar en la constancia e inalterabilidad de las leyes del cosmos.
Cuando Dios hizo las estrellas y el Sol, mucho antes del pecado de Adán y Eva, la segunda ley de la termodinámica ya funcionaba a la perfección porque estos astros irradiaban calor. Si no hubiera sido así, la vida en la Tierra habría resultado imposible.
La combustión de nuestro astro rey es tan extremadamente sensible, que cualquier variación en dicha fusión nuclear, por pequeña que fuera, habría resultado fatal para nosotros y para el resto de los seres vivos.
De manera que la ley de la entropía ya existía antes de la creación del ser humano. Adán no habría podido labrar, ni cuidar el huerto de Edén, si la entropía no hubiera estado ya actuando porque las acciones de comer, hacer la digestión, transformar la energía de los alimentos en movimiento y trabajo, etc., implican necesariamente a la segunda ley de la termodinámica.
Las palabras del apóstol Pablo:
“Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora” (Ro 8:20-22)
manifiestan también que esta ley física de la entropía afecta a toda la creación desde sus inicios hasta el presente.
Por la relatividad general sabemos que la creación está constituida no sólo por la materia y energía sino también por el espacio y el tiempo. Se trata de cuatro dimensiones físicas inseparables.
Lo cual indica que nunca hubo un tiempo físico diferente. El cosmos siempre tuvo que ser entrópico y homogéneo. Es decir, que la segunda ley de la termodinámica siempre tuvo que ser aproximadamente igual que hoy, en cualquier rincón del universo. Si esto no hubiera sido así, no habría estrellas, ni planetas, ni tampoco estaríamos aquí para contarlo.
Cuando Dios repitió al principio la frase de que el mundo “era bueno en gran manera”, la ley de la entropía ya estaba actuando. Por tanto, al ser tal ley esencial para la vida, no se la debería calificar como mala, negativa o que fuera un error divino.
A pesar de la decadencia, de la vanidad a que se refiere Pablo, a pesar del envejecimiento, la enfermedad y la muerte que implica dicha ley, todo esto forma parte del plan divino, con el fin de preparar a las personas que lo deseen para disfrutar de la vida eterna en la nueva creación.
El cosmos presente no es el objetivo último del Dios creador, aunque quizás sea lo mejor que podemos tener por ahora. No obstante, él tiene en mente un cosmos óptimo, muchísimo mejor, en el que la ley de la entropía ya no tendrá cabida, sino que habrá una nueva física, imposible de imaginar por las mejores mentes humanas. Se trata del cielo nuevo y la tierra nueva que vislumbró, hace algunos milenios, el apóstol Juan en su Apocalipsis (Ap 21:1).
Notas
[1] Russell, B. 1985, Religión y ciencia, Fondo de Cultura Económica, México, p. 57.
[2] Mitchell, T. 2013, “¿Por qué la creación de Dios incluye la muerte y el sufrimiento?” en El libro de las respuestas sobre creación y evolución, Kem Ham, Patmos, Miami, p. 280.
Article publicat originalment a Protestante Digital, el 25 d'agost de 2024
Comentaris