Apartando las ovejas de los cabritos

Apartando las ovejas de los cabritos

Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará a los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos.

Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda (Mt. 25:31-33). Estas palabras de Jesús, recogidas por el evangelista Mateo, se enmarcan en el tema del juicio final. La escueta parábola de la separación de las ovejas y los cabritos es como un cuadro profético del final del mundo.

El juicio final y la misericordia

En ese momento, se hará justicia a todas las naciones de la Tierra. Se habla de “naciones”, y para ello se emplea en español el femenino plural (“las naciones”). Sin embargo, se observa pronto que el Maestro está pensando, sobre todo, en personas. Al señalar que apartará “los unos de los otros”, cambia de género al masculino plural.

La idea, por tanto, es el juicio sobre los individuos que constituyen todas las naciones o pueblos del mundo. ¿Cuál será el fundamento de dicho juicio? ¿En base a qué se juzgará a las personas?

Jesús hace énfasis en el amor, la misericordia y la ayuda prestada a “mis hermanos más pequeños”. Otra vez resuena aquí la actitud del buen samaritano, tan predicada por el Maestro. Es verdad que nadie se salvará por las buenas obras personales (sino por la fe en Jesucristo), pero, sin ellas, la fe está muerta en sí misma (Stg. 2:17). A Dios le disgusta profundamente la indiferencia de sus hijos ante las necesidades humanas.

Los hermanos más pequeños y la verdadera fe

Por eso, el Señor Jesucristo dirá que todo acto de amor caritativo hacia los hermanos más pequeños del mundo es como si se le hubiera hecho a él mismo.

"Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. (…) De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis" (Mt. 25:35-36 y 40).

¿Quiénes son estos hermanos más pequeños? ¿Eran un grupo especial dentro de la comunidad cristiana? ¿Indigentes judíos? ¿Predicadores itinerantes que pasaban hambre y penurias o quizás se refiere a todos los pobres del mundo? Muchas respuestas se han dado a estas cuestiones a lo largo de la historia.

Para el filósofo prusiano Immanuel Kant, quienes pertenecen al reino de Dios son aquellos que prestan ayuda a los necesitados, sin saber que eso tiene su recompensa. Según el novelista ruso León Tolstói, solo se ama a Dios amando al prójimo. Los teólogos de la liberación también insisten en que al margen del “sacramento del prójimo” no hay camino a Dios y, por tanto, tener fe es tomar partido en favor de los pobres.

También el teólogo protestante alemán Jürgen Moltmann dirá que “los más pequeños pueden decirnos dónde está la Iglesia”[1]. Sin embargo, al margen de los aciertos que pueda haber en estas consideraciones, el evangelio de Mateo deja claro que los “hermanos de Jesús” son aquellos que hacen la voluntad del Padre (Mt. 12:49-50).

Negarle la ayuda que está en nuestra mano al hermano que realmente la requiere es como negársela al mismísimo Señor Jesús. Él también fue un desarraigado en su vida terrena que no turena que no tuvo donde recostar la cabeza y que pasó hambre (Mt. 8:20 y 21:18). No hay vuelta de hoja ni subterfugios que valgan.

No solidarizarse con tales discípulos menesterosos es colocarse voluntariamente a la izquierda de Dios, en el lugar del desagrado y rechazo, en vez de elegir la derecha que representa su aprobación, honor y autoridad (según la mentalidad judía, la derecha era buena y la izquierda mala). Vivir sin misericordia era como situarse en el redil de las cabras y no en el de las ovejas.

El simbolismo de las ovejas y los cabritos

El Hijo de Dios está comparando aquí el juicio final con la tarea habitual de separación de ovejas y cabritos que llevaban a cabo los pastores al final de la jornada.

Al ser animales de distinto carácter y comportamiento, podían pastar juntos en libertad pero no debían encerrarse en el mismo redil. Las cabras son más ágiles, independientes, aventureras y agresivas que las ovejas. Requieren un espacio vital mínimo que es superior al exigido por los ovinos. Si este no se respeta, pueden atacarse entre ellas o a individuos de otra especie.

De ahí la inconveniencia de confinarlas junto a las ovejas. Recientemente se ha descubierto también que las cabras y las ovejas no deben compartir el mismo redil ni los pastos porque esta convivencia forzada potencia las infecciones, tanto en una especie como en la otra[2]. De manera que el ejemplo de Jesús es, además, científicamente acertado.

Reflexiones finales: Nuestra posición en el redil

Por otro lado, en los tiempos bíblicos, los cabritos eran considerados poco valiosos frente a las ovejas, ya que estas, además de carne y leche, proporcionaban también lana. Esta poca valoración de los cabritos se aprecia bien en la respuesta del hermano mayor de la parábola del hijo pródigo: “nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos” (Lc. 15:29). ¡Ni siquiera algo tan poco valioso como un cabrito!

De manera que, en las mentes de los oyentes de la parábola de la segregación de ovejas y cabritos, estos podrían representar a aquellas personas problemáticas, agresivas, egoístas, causantes de divisiones y que nunca ayudaban a los demás, mientras que las ovejas serían quienes tenían dominio propio, templanza, humildad, solidaridad con el débil y dependencia del Padre.

Esta parábola nos lleva a la cuestión crucial y determinante: Nosotros, ¿pertenecemos al redil de los cabritos o estamos en el de las ovejas?

 

[1] Moltmann, J. 1978, La Iglesia, fuerza del Espíritu, Sígueme, Salamanca, p. 161.
[2] La Voz de Galicia.

 

Artículo publicado originalmente en Protestante Digital, el 18 de enero 2024.

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