Aquí tens el vídeo complet de la retransmissió en directe del culte del dia 27 de març de 2022, i les notes del sermó a continuació: "Repensa tu vida - Banquete en El Valle tenebroso" amb Rut Martín.
Repensar la Vida | Banquete en el Valle Tenebroso | Rut Martín | 2022.03.27
Hoy nos toca continuar con esta serie, que ya hemos empezado días atrás. Y hoy nos toca repensar sobre el dolor.
Tristemente, es un tema que está de rabiosa actualidad. Escuchamos las noticias, y todo lo que vemos es dolor. Nosotros, como comunidad, como iglesia, recientemente también hemos expresado ese dolor en oración por Ucrania.
Si miramos en nuestro interior, seguramente que descubriremos algún tipo de dolor: podría ser un dolor físico… quizás sea un dolor emocional… podría ser un dolor relacional… quizás financiero… o quizás espiritual… ¿Cuál puede ser tu dolor?
O quizás, ahora, estés en una etapa de aparente tranquilidad… Pero tú sabes, que esto no es más que un “periodo entre guerras”. En el pasado sentiste dolor y, seguramente en el futuro, sentirás ese dolor, u otro dolor.
Quizás pudiéramos pensar, que la mayor parte de nuestro dolor es fruto de no tener algo: de no tener trabajo, salud, dinero…
Pero sabemos que no es así, porque hubo un hombre que lo tuvo todo: el rey Salomón.
El rey más sabio en la historia, el más rico, el que más placeres pudo disfrutar. Aun así, cuando habla del dolor, nos dice lo siguiente, en Eclesiastés 2:22-23 Después de tantos trabajos, esfuerzos y preocupaciones, ¿qué nos llevamos de este mundo? ¡Nada! Nuestra vida está llena de dolor y sufrimiento; ni de noche logramos descansar.
Ante un panorama tan poco alentador, repensar sobre el dolor ¿Puede transformar nuestra vida para bien? Pues eso es lo que vamos a ver en esta mañana. Y ya os digo que Sí.
En primer lugar, vamos a ver qué es lo que pensaba Jesús, el Varón de Dolores, sobre el dolor.
En primer lugar, él nos dijo que, en este mundo tendríamos aflicción. Que sí o sí, tendríamos dolor, pero que, él había vencido al mundo.
También vemos, que Jesús vino a la tierra a sabiendas que, cumplir el “plan de salvación” para nosotros, les representaría dolor y sufrimiento. Aun así, leemos en Hebreos 12:2 que por el gozo que le esperaba [nuestra salvación] soportó la Cruz.
Así pues, al haber un propósito para ese dolor, la Cruz se hizo más llevadera. Del mismo modo, si nosotros descubrimos el propósito de nuestro dolor, seguramente que lo afrontaremos de una manera diferente.
El dolor, al ser la más privada de las sensaciones, estrecha nuestra visión. Hace que nos centremos y nos concentremos en nosotros, y en nada más.
Así que, recurriremos a la Palabra de Dios. Que es ahí donde encontraremos las verdades, que nos ayudarán en el dolor. Y donde encontraremos esas promesas, qué harán desplazar nuestra visión de nosotros, hacia ese Dios poderoso, misericordioso y fiel.
Está con nosotros en medio del dolor, aunque a veces nos pueda parecer que es demasiado silencioso
El apóstol Pablo nos dice en Romanos 8:28 y sabemos que a los que aman a Dios [seguro que podéis acabar conmigo este versículo] y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados
No dice que “a los que aman a Dios, todas las cosas que nos vayan a suceder sean buenas” ¡No! Quiere decir que todas las cosas, nos ayudan a cumplir ese propósito, para el cual hemos sido creados.
Indica que, cuando llegan esos pensamientos negativos persistentes, que nos hagan creer lo contrario y condicionen nuestras vidas; Él ya está trabajando.
Está demostrado, que los creyentes que crecen, son aquellos que aprenden a aprender de sus heridas, de sus pérdidas. El apóstol Pablo dice a los Gálatas en el capítulo 3 versículo 4, …después de haber sufrido tanto ¿todo va a ser en vano? espero que no haya sido en vano
Nosotros, igual que el apóstol Pablo, también queremos saber, que nuestro sufrimiento en el pasado, o en el que ahora estemos sufriendo, no es en vano. Que tiene un propósito.
Dios tiene un propósito para nuestro dolor. Y ese propósito máximo es, que nos acerquemos a Él.
Si conseguimos acercarnos a Él, todas las demás cosas en nuestra vida se irán recolocando, como un gran puzle.
Así pues, si quieres que el dolor transforme tu vida para bien, aprovecha el dolor para acercarte más a Dios y confiar en Él.
Pero ¿acaso existe una manera bíblica para acercarnos a Dios y expresar nuestro dolor?
Si, la hay. Y eso que hay, es el lamento.
Es un gran desconocido, …me parece. Nuestro Dios está tan interesado, en que sepamos cómo lamentarnos, que ha dejado cánticos de lamento a lo largo de toda la Biblia.
¿Sabéis? Una tercera parte de los Salmos, son lamentos. Incluso, existe todo un libro - el libro de Lamentaciones - en los que vemos el lamento del profeta Jeremías.
Vemos a Jeremías, como se acerca al Dios bondadoso que conoce, expresa su lamento y su queja, con ese corazón en la mano; en carne viva. Porque no sabe conciliar esa bondad de Dios, con todo el dolor que Él está permitiendo que pase su pueblo.
Después de ese lamento, contempla a Dios, y entonces recuerda que, el gran amor del Señor nunca cesa que sus misericordias jamás tienen fin, y entonces ¡le alaba!
¿Cómo pasa Jeremías, de esa aqueja tan profunda, a esa adoración tan teocéntrica? Pues gracias a cursar un bien ejercitado lamentó.
Pero ¿Qué es el lamentó? Tal como nos enseña la Biblia
El lamento es una oración de angustia, que conduce a la confianza. Ese lenguaje para vivir, entre los extremos de una vida difícil, y la confianza en la soberanía de Dios. Sin lamentos, no sabremos cómo procesar el dolor.
Llorar es humano - claro - es de cristianos; porque nos ayuda a salvar el vacío que existe, entre la tristeza y la promesa. En nuestros lamentos, expresamos nuestra tristeza; pero recordamos las verdades que creemos. Interpretamos así el dolor, a través del carácter de Dios y de su suprema misericordia.
El lamento tiene, como eje central, las promesas de Dios; y se atreve a tener esperanza cuando la vida es dura. El lamento es un lugar donde aprender. Y aunque nadie nos enseñó a llorar ¿verdad? el lamento sí que tenemos que aprenderlo. Es esencial para la fe cristiana.
Yo he tenido que aprender esa manera bíblica de lamentarme.
Os confieso que, durante toda mi vida cristiana, me había incomodado el expresar a Dios mi queja. Prefería el silencio, a mostrarle que dudaba de lo que Él estaba haciendo en mi vida. Un temor, mal entendido por mi parte, impedía que me quejara abiertamente a mi Dios.
¡¿Cómo se atrevían los salmistas a expresarse con ese corazón tan descarnado?!... Me parecía escandaloso.
Pero ese silencio en mí era letal. Porque esos pensamientos negativos persistentes minaban mi alma. Como nuestro Padre celestial lo sabía, nos proveyó de lamento para que podamos expresarnos.
Así, tú no permitas que tu miedo, tu desespero, o tu costumbre de guardar silencio, interrumpan el flujo de la gracia que Dios tiene preparado para ti.
Bueno, quizás tú no optes por el silencio, pero quizás optes por negar tu dolor. Pero ¿sabes? La restauración no viene a los que se establecen en la negación. Eludir la realidad y engañar a nuestros pensamientos, no conducen más que a un bucle infinito de desesperación, y al dolor más improductivo. El lamento es un descubrimiento personal sorprendente, y está vinculado con tu crecimiento personal, espiritual, y tu concepto de Dios. Esther Fleece, en su libro “Basta ya de fingir que estás bien” [No more faking fine] dice: “…la madurez espiritual no significa llevar una vida exenta de lamentos, significa que crecemos para convertirnos en buenos lamentadores, y así aumentamos nuestra necesidad de Dios”
Cómo os he dicho, he aprendido a lamentarme hace muy poco. Y ha sido gracias a las palabras de un pastor de Indianápolis llamado Mark Vroegop. Porque tras una experiencia dramática, que vivió él y toda su familia, él buscó en la Biblia como habíamos de lamentarnos. Y escribió este libro que se titula “Nubes oscuras, misericordia profunda” Que os recomiendo encarecidamente, ya que en él explica todo esto que os estoy comentando sobre el lamento.
Pues bien, Mark nos recuerda, que el sufrimiento y la tristeza, no son una negación de la presencia de Dios, ni una falta de fe en su cuidado soberano. Dios nos llama a lamentarnos; a dotar de expresión a nuestro dolor y a nuestra pena. Lo cual, a su vez, nos lleva a una esperanza, a una salud, y a una sanación auténticas. Si no nos lamentamos a la manera bíblica, el silencio, la amargura, e incluso la ira, pueden dominar nuestra vida espiritual.
El lamento es el sendero, entre la angustia y la esperanza. Una esperanza que sabe que, en medio de las situaciones dolorosas, nos podemos aferrar a Dios, a su Palabra, a sus promesas. Y mirar sin temor al futuro. Así que, os animo a que nos lamentemos tal como la Biblia nos presenta.
Porque cuando la vida se desmorona, ese cántico en tonalidad menor, que es el lamento, nos puede dar vida. Como Mark repite a lo largo de su libro: “…lo duro, es duro. Pero lo duro no es malo”
Así que, el dolor es duro, pero el dolor no es malo; porque de él podemos aprender. Del dolor, podemos decir, que es un maestro desagradable, pero es muy útil.
Aquí quisiera hacer una pequeña pausa. Porque hablar del dolor, hace inevitable que recuerde mi experiencia personal, vivida apenas hace cinco meses en la UCI.
Es el momento de dar gracias especialmente a mi Dios, que me permite estar hoy aquí con vosotros.
Pero también a vosotros, porque me acompañasteis en el dolor, con vuestras oraciones, vuestros mensajes de ánimo. A mi hermana Febe, que estuvo todos los días en el desayuno, para dármelo y asearme. A las chicas, que hicieron los turnos para acompañarme en todas las comidas. A mis hijos, que me apoyaron. ¡Y hasta las que cocinaron las tortillas alcachofas…! y las borrajas con jamón! Que fueron más terapéuticas que los mismos medicamentos. ¡Gracias por ser Iglesia!
Pues bien. Tras ingresar en Urgencias, por lo que pensaba que era una indigestión, en menos de dos horas me encontré en la UCI; con una infección galopante, que los médicos no sabían a qué atribuirlo. No sabían si era a causa de un hongo, de un virus, de una bacteria… Así que me colocaron una vía central, para introducir simultáneamente, cuatro tipos de antibióticos diferentes para cubrir todas las posibilidades. Era un shock séptico grave, en toda regla.
Con una vía central en mi cuello, que impedía cualquier movimiento. Otra vía a la mano derecha, que no sé bien para que era. Y otros cables, que salían en mi mano izquierda, conectados con una máquina de constantes vitales… La cosa está bastante complicada
Entraron dos cirujanos para decirme que, si había la necesidad de hacer una operación con urgencia, no me la iban a poder realizar porque no tenía glóbulos blancos, ni tenía plaquetas.
Con semejante cuadro y ante todo esto, os puedo decir que, lo único que sentía era una paz inmensa. Ilógico ¿verdad? Si. Yo también lo creo. Y cuando rememoraba aquellos días, me daba cuenta de que, esa paz que yo tenía, no era fruto de una inteligencia emocional prodigiosa, ni mucho menos. Era esa paz que Dios da cuando confiamos en Él. El mérito era todo suyo, yo no hice nada. Así que os puedo decir, que pasé los cuatro días más intensos, médicamente hablando, pero más dulces que jamás he vivido.
Poco me imaginaba yo, que lo peor estaba por llegar. Cuando salí de la UCI y me trasladaron a mi nueva habitación; con muchos menos cables, que aparentemente parecía que habría una mayor facilidad de movimiento, caí en un pozo profundo y oscuro de dolor y desesperación.
¿Qué le había pasado mi cuerpo? No me podía mover. Mis pies no caminaban. Mis piernas estaban hinchadas como las patas de un elefante. Mis manos, que en otro tiempo habían podido tocar el piano, ahora eran incapaces de manejar un tenedor y un cuchillo. No podía respirar, si no era con las gafas de oxígeno. Y la voz no la tenía… apenas un hilillo de voz.
Ahora que lo miro con cierta perspectiva, creo que me pasó como a Pedro, cuando el Maestro le invitó a caminar por las aguas: Ahí, es lo más difícil, Pedro saltó valiente, mirando al maestro. Pero cuando empezó a ver sus posibilidades, y empezó a ver lo hondo que se podía hundir, dejó de mirar al Maestro y ¡Glup!.. se hundió.
Si en la UCI tenía muy claro, que solo podía confiar en el Maestro. Ahora, en plata, solamente pensaba en mis posibilidades y mi vulnerabilidad. Esos pensamientos negativos persistentes, se clavaban en mi alma, y me impedían hasta llorar.
Entonces empecé una oración desgarradora a Dios - aquel Maestro que había creído en la UCI - y le dije: “Señor, ¿es que ya no me amas? ¿es que me has abandonado? ¿acaso no te he demostrado ya, a lo largo de mi vida, cuanto te amo? No entiendo por qué permites todo esto que me sucede. ¿Hasta cuándo vas a dejar que mi cuerpo parezca muerto, mientras estoy en vida?”
En ese peor momento de mi vida, se abrió la puerta y apareció Andreu…
“Señor, no. No estoy como para abrir el corazón a nadie, y mucho menos, al Pastor”
Así, que paramos la escena unos momentos. Volveremos después. Pero ahí estaba yo, en pleno lamento, expresando todo el dolor del que era capaz.
Si observamos los muchos cánticos de lamentó que hay en la Biblia, veremos que existe un patrón bastante repetitivo en todos ellos. En esa habitación - yo todavía no lo sabía- pero aprender ese patrón, esas fases de lamento, me han hecho ¡tanto bien!... que es lo que quiero compartir con vosotros. Porque me han ayudado a acercarme mucho más a mi Dios.
Así que, os invito a que podamos confeccionar nuestro propio “cántico del lamento”
Saber las fases del lamento, será una guía para utilizar este medio que Dios ha dejado en su Palabra. ¡Vamos a ver si lo conseguimos!
Primer paso del lamento: Acude a Dios en oración, y expresa tus luchas y preguntas.
El sólo hecho de acudir a Dios en oración, es muy importante. Porque significa, que crees que Él te va a contestar tarde o temprano, y que te va a restaurar.
David el salmista, se dirige a Dios, en este Salmo 22, con esta pregunta: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Y muchas de las canciones de lamento que encontramos, empiezan con un ¿por qué? un ¿hasta cuándo? Así podrías empezar tu oración de lamento. Por medio de esta queja santa, podemos expresar nuestro desencanto y avanzar hacia una solución.
Los Salmos fueron los cánticos de Jesús y sabemos, que Jesús mismo utilizó estas palabras en la Cruz. Exprésalo en voz audible, o escríbelo en un papel - como quieras- pero exprésalo.
El pastor Alexander Maclaren, escribe: “Es mejor expresar las dudas con un lenguaje claro, que dejar que floten en el corazón difusas, y creando oscuridad como nieblas venenosas. Un pensamiento, sea bueno o malo, se puede resolver cuando se expresa”
Las preguntas que David expresa en este salmo, que levantaron una barrera entre él y Dios, en realidad son un vehículo, que le acerca más a aquél que puede cambiar su corazón.
La queja, más que la exposición de una serie de agravios, es un camino que reorienta tu pensamiento y tus sentimientos. Cuando te quejes, acude con humildad. Con tu dolor, sí, pero no con orgullo. Se sincero, ora bíblicamente, aprovechando si quieres, los salmos que ya están escritos, y que fueron escritos para que el pueblo de Israel los cantará.
En fin, quéjate como te dicte el corazón. Pero sin olvidar, que la queja no es un fin en sí mismo, sino que nos lleva al propósito de acercarnos a Él.
Segundo paso del lamento: Pide osadamente.
“Tenme compasión, Señor, que estoy angustiado; el dolor está acabando con mis ojos, con mi alma, ¡con mi cuerpo!” Salmo 31:9
David muestra su fragilidad. Su vulnerabilidad está a flor de piel. Y pide osadamente a Dios, que tenga compasión de él.
Nunca somos más conscientes de nuestra vulnerabilidad, que cuando tenemos problemas. Pero esta es una de las bendiciones del sufrimiento, si permitimos que esto reafirme más nuestra dependencia de Dios. El objetivo de estas peticiones no es satisfacer una necesidad, sino descansar en Dios.
Pero ¿qué podemos pedir? Pues en los Salmos de lamento, a veces vemos ruegos a Dios, para que arregle lo que anda mal en el mundo. En otros Salmos se pide ayuda, rescate, fortaleza, que se haga justicia. En otros Salmos, se le pide a Dios que nos enseñe. Y tú… ¿qué querrías pedir a Dios osadamente?
Hebreos 4:16 dice: Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.
Tercer paso del lamento: Decide confiar en Dios
En muchos de los salmos de lamento, después de que el salmista se vuelve a Dios en oración, expresa todo su sufrimiento, y pide osadamente, hay un “pero”
“Sí, sí. Todo este, es mi sufrimiento, pero tú, Dios, eres un Dios bondadoso, fiel, misericordioso”
Y en esta fase, nos alejamos del ¿Por qué?, y nos acercamos al ¿Quién? Pidiendo a Dios, que actúe
Pero en una declaración de confianza, que expresa una alabanza contenida. Porque en este momento, lo que hacemos es: Memoria de Dios, de su fidelidad y de su poder en el pasado, de sus promesas.
Entonces, es cuando elegimos confiar en medio del lamento y regocijarnos. Aún sin saber cómo conectan entre sí, todos los puntos.
Quizás, las promesas de Dios no acaben con nuestro sufrimiento, pero si lo llenan de propósito.
¡Propósito!... ¿Os acordáis lo que decíamos al principio? “El dolor, con un propósito es mucho más llevadero”
El lamento sintoniza el corazón, para que pueda cantar sobre la confianza. Y así son muchos de los Salmos. Puedes acabar tu lamento cantando, por ejemplo, un salmo o un himno, que declaran las verdades.
A veces, cuando luchamos contra las falsedades de nuestros pensamientos negativos persistentes, la canción tiene la capacidad de convencer a nuestras emociones, para que cambien. O puedes, simplemente, ver la necesidad de sentarse en silencio, en la presencia del Señor, y contemplarle.
El agotamiento, o el cansancio, pueden crear un lenguaje silencioso de confianza. Al recurrir a la oración, exponer nuestras quejas y pedir con arrojo, Dios nos lleva a un lugar de confianza creciente en Él.
El lamento puede sintonizar tu corazón, para que busque algo más que la erradicación del sufrimiento. Para que busque nuestra máxima necesidad, que es estar a bien con Dios.
Cuarto paso del lamento: Ahora sí, ¡Estalla en alabanza a tu Dios!
Una vez que te pares extasiado, contemplando su grandeza; alábale por lo que sabes, que Él está haciendo. A pesar de que todavía no seas consciente, ni lo vean tus ojos. Ahora no es una alabanza contenida, ahora es una adoración en toda regla. El lamento nos da permiso para verbalizar nuestro sufrimiento, hacia una adoración teocéntrica.
El dolor y la adoración pueden coexistir, al igual que la confianza y los interrogantes. El dolor puede ser un escenario para la adoración. Como dice el salmista, en el Salmo 71 Más yo esperaré siempre, y te alabaré más y más
Con esto finaliza la confección de nuestro cántico del lamento. Así que, si el dolor te invade, vuelve a Dios en oración y expresa tu sufrimiento. Pídele osadamente, confía en Él y alábale.
¿Volvemos a la habitación del hospital? ¿Sí?
Y entrando Andreu por la puerta [gracias, Andreu, por venir] la verdad es que, lo único que acerté a decirle, con un hilillo de voz, fue: “Esto duele”
Después de unos minutos, que me parecieron eternos, Andreu se sentó, cogió su móvil y empezó la lectura de un salmo. Os aseguro, que lo que menos tenía ganas, era de leer, de escuchar ese salmo.
En mi interior, tenía una auténtica batalla campal en queja mi Dios. Escuchar esas promesas, esas palabras de confianza, golpeaban mi alma.
Pero cuando terminó con el salmo, empezó con Isaías. “¿¡En serio!?” No podía dar crédito. Y cuando yo, ya pensé que la lectura estaba acabando… porque dijo aquello de “…levantarán las alas como las águilas…” - básicamente acaba ahí el capítulo - Yo pensé que acababa la lectura; pues no, aun continuó con Romanos. Miraba el móvil, y miraba todo lo que le quedaba por leer, y no daba crédito. ¡Ah!… y todavía faltaba una larga y sentida oración.
La verdad es, que Dios sabía muy bien lo que necesitaba. Envío a Andreu a hacerme una “transfusión espiritual, directa en vena” Era justo lo que necesitaba, pues esos pensamientos negativos persistentes, tenían que ser cancelados.
Me salto todo el proceso, pero os diré, que le di mucho trabajo al Señor, pero que mereció la pena. Pasaron unos días y la Palabra escuchada hizo poso. El Señor cambio mis pensamientos y renovó mi actitud. Le di trabajo.
Fue entonces cuando os envié este versículo, que Ruth colocó en aquel “jarrón de las promesas” “Los que confían en Jehová son como el monte de Sion, que no se mueve, sino que permanece para siempre”
Unos días más tarde, organicé mi propia “lloança” en la habitación. Esa alabanza no iba a quedar prisionera; iba a subir a Dios directamente, sin tapujos. Así que me acerqué a la ventana de la habitación. Hice esta fotografía desde la habitación de la Mutua, con ese versículo, que declara muy bien lo que os quiero compartir: Dichoso el que tiene en ti su fortaleza, que solo piensa en recorrer tus sendas. Cuando pasa por el valle de las Lágrimas lo convierte en región de manantiales; también las lluvias tempranas cubren de bendiciones el valle. Salmo 84: 5-6
Con esa alabanza acabó mi periodo de duelo.
Si, la enfermedad seguía latente y me quedaba muchísima recuperación por delante. Pero mi confianza en el Señor se había robustecido. Ese lamentó, ayudó a que mi relación con Dios fuera más estrecha, y le viera a Él más cercano que nunca.
Tú también puedes conectar con ese Dios bondadoso y misericordioso. Aún en medio de esas sombras del dolor y la desesperación.
¿Sabéis? Uno de los versículos, que me venían más a la mente, cuando estaba en la UCI, era el Salmo 23. El Salmo 23, que nos habla del Buen Pastor, que organiza ese banquete en presencia de nuestros enemigos
Siempre me había inquietado esta parte del Salmo 23 ¿Por qué, el Buen Pastor organiza un banquete en presencia de nuestros angustiadores? ¿Acaso tú organizarías una fiesta, en presencia de tus enemigos? ¡No! solamente las fiestas son como los amigos. Pero ahí tenemos al Buen Pastor… Y es que, lo que no tenemos en cuenta es, que ese banquete no se celebra cuando ya es pasado el Valle Tenebroso. Se celebra en pleno Valle Tenebroso. Es ahí, en pleno Valle Tenebroso del dolor y el sufrimiento, que el Buen Pastor te deleita con su presencia, te coge y te declara digno. Es entonces, cuando derrama sobre ti ese perfume agradable, ese óleo que todos pueden percibir, que denota alegría. Que coge tu copa y la colma de bendiciones.
Él quiere que puedas disfrutar de su presencia, y colmar en abundancia de bendiciones tu vida, aún en medio del dolor que estés pasando.
Su promesa de estar contigo por siempre, está ahí. Solo tienes que crearla y hacer la tuya.
¡Que el Señor os bendiga!
Comentaris