El adolescente que conmovió a Dios

El adolescente que conmovió a Dios

He aquí un joven que había sido amado desde el mismo día de su nacimiento, que había crecido en un entorno seguro, al lado de su madre y bajo la protección de su padre; que era príncipe y heredero, y que no tenía de qué preocuparse, ni por comida, ni vestido, ni vivienda. He aquí un joven alegre, educado, que soñaba su futuro con confianza, con ganas de vivirlo y de experimentarlo cuanto antes. He aquí ese joven solo en el desierto, hambriento y sediento, expulsado de su vida, despojado de todo y desprotegido, dejado para morir por su propia madre. He aquí un joven que rompe a llorar. El llanto de un adolescente llamado Ismael conmovió el corazón de Dios. “Dios ha oído llorar al muchacho” dijo el ángel a Agar, y se acercó a ellos para dialogar y abrirles los ojos: era evidente que tenían un pasado, pero también les mostró un presente y, más aún: un futuro. Sin embargo, Dios le pide algo a Agar: debe levantarse, deshacer aquellos 100 metros que la separaban de su hijo y consolarlo. Debía confiar en Dios, su hijo tenía esperanza. Iba a heredar de parte de Dios mismo y no de Abraham. Era necesario volver a su hijo con fe en la promesa de Dios. Es así como Jesús interviene en nuestra vida. Cuando no hay interferencias, cuando estamos sólo nosotros ante Él. Es en ese instante que Jesús muestra a tu alcance esa agua fresca y abundante para la vida, siempre estuvo ahí, pero ahora puedes verla. Es entonces cuando te muestra el cuadro de una esperanza viva. Es Jesús quien se revela al ser humano, quien habla, quien desciende y se hace niño para explicarnos que sólo aquellos que sean como los tales pueden ir a la presencia del Padre. Es Dios que se acerca a escucharnos.

Jesús contestó: —Si tan solo supieras el regalo que Dios tiene para ti y con quién estás hablando, tú me pedirías a mí, y yo te daría agua viva. Juan 4:10 NTV

Foto: Ekrulila en Pexels

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