Me llama la atención en los días de la Semana Santa el sábado de Pascua, el sábado de silencio, o también, como en una acepción en inglés, el sábado negro.
Entre el Viernes Santo, con los dramáticos acontecimientos de la muerte de Jesús, y el Domingo de Resurrección, con el milagro de su resurrección, transcurren veinticuatro horas en las que no pasa absolutamente nada. Silencio. Fundido en negro.
El Viernes fue un torrente de dolor, sangre, muerte y lágrimas. El Domingo será un torrente de emoción, asombro, milagro y lágrimas, pero esta vez de alegría y felicidad. Pero… ¿y el sábado? El sábado es el sábado de silencio.
Y no hay nada que nos inquiete más a los seres humanos que el silencio. El silencio de un adolescente que no quiere compartir nada. El silencio de un cónyuge cuando pasa por un momento de indignación. El silencio de un profesor cuando sus alumnos no quieren prestar atención. El silencio de un actor cuando su memoria se apaga en el escenario. El silencio de un cementerio cuando se pone el último ladrillo o la última paletada de tierra. Silencio sepulcral.
Estoy seguro de que todos podéis entender cuán incómodos nos resultan los silencios. Y por eso escribo hoy sobre el sábado santo, donde Dios guarda silencio, una vez su Hijo amado ha muerto en la cruz.
Y resulta que el silencio de Dios es más común de lo que nos pensamos, porque todos nosotros experimentamos, tarde o temprano, momentos dolorosos en nuestras vidas cuando Dios no parece responder a nuestras oraciones. Y nos inquietamos porque no estamos acostumbrados a vivir en silencio, y nos desesperamos porque queremos que pase algo: que nuestra enfermedad acabe y recuperemos la salud, que nuestro periodo de desempleo termine y que nos alegren con una oferta de trabajo, que nuestra depresión llegue a su fin y que podamos recuperar la sonrisa, que nuestra situación financiera mejore y dejemos de estar en números rojos. Que acabe el silencio y alguien diga algo.
Pero si algo podemos aprender del sábado santo es que dura un día entero. 24 horas. 1440 minutos. 86400 segundos. Toda una eternidad.
Y no se puede vivir a doble velocidad, como podemos hacer con un audio de WhatsApp o un vídeo de YouTube. 24 horas enteras. De silencio.
Experimentar el silencio de Dios es inquietante. Da miedo. ¿Qué está pasando? ¿Por qué me sucede esto a mí? ¿Hasta cuándo va a durar esta situación? Señor, ¿estás ahí?
¿Reconoces esta situación, verdad?
Inquietante, ¿no?
¿Por qué Dios nos hace pasar por esta angustia? ¿Dónde está el Padre amoroso que da buenas dádivas a sus hijos que le piden con fe?
Vamos a echar atrás unas horas en el relato de la Semana Santa. Regresemos unos instantes al viernes y escuchemos unas palabras de Jesús en la cruz:
"Como a las tres de la tarde, Jesús gritó con fuerza: ―Elí, Elí, ¿lama sabactani? (que significa: 'Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?')."
Mateo 27:46 NVI
¿Es posible que Jesús experimentara el abandono de su Padre celestial? Sí, lo es. ¿Es posible que dudara, que se desesperara, que sufriera y que se sintiera solo, angustiado y desamparado? Sí, es posible. Jesús mismo experimentó el silencio de Dios, al igual que experimentó la enfermedad, el sufrimiento, el dolor y la muerte.
Y después, el sábado de silencio sepulcral.
Cuando experimentamos momentos de dolorosa dificultad, Dios sabe lo que estamos pasando, porque Él, en la persona de su Hijo, lo ha experimentado también, y nosotros no vamos a ser menos.
He leído un libro recientemente que me ha ayudado muchísimo. El autor es Pete Greig, líder del movimiento Prayer 24/7 y creador del devocional Lectio 365. Se titula Cuando Dios guarda silencio. Capte el poder de una oración no contestada. Es un libro directo y honesto que trata acerca del sufrimiento humano y de las oraciones no contestadas. El libro se articula en capítulos relacionados con los días clave de la Semana Santa, y el capítulo del sábado captó mi atención.
"El Sábado Santo es la tierra de nadie entre preguntas y respuestas, oraciones y milagros. Es el punto en que esperamos—con una mezcla peculiar de fe y desesperación—cuando Dios está en silencio o la vida carece de sentido."
Dios está comprometido a ayudarnos a madurar, y para hacerlo, a veces se retira conscientemente de nuestra existencia, haciéndose deliberadamente menos obvio y menos disponible al momento, permitiendo que algunas de nuestras oraciones permanezcan sin respuestas.
Pero la Biblia nos asegura que Dios no nos ha abandonado, aun cuando no podamos sentir su presencia. Completamente aparte del hecho de su omnipresencia, Jesús prometió nunca dejarnos ni abandonarnos.
Dios está en silencio, Él no se ausenta de su gente, aunque lo parezca. Él está con nosotros ahora tanto como lo estuvo alguna vez.
Podría estar citando este capítulo horas y horas porque es francamente revelador. No voy a hacer más spoilers porque merece la pena leerlo.
En el drama de la Semana Santa y el milagro de la resurrección, el sábado de silencio cobra un protagonismo interesante. La pausa, la espera, la duda y el silencio cobran sentido y tienen un porqué. Dios no te ha abandonado. Prometió que nunca lo haría. Pero Dios está en silencio y es necesario para nuestra madurez y nuestro crecimiento espiritual. Observa a Jesús en la cruz y podrás entender las razones.
Unas sugerencias para no desesperar en el silencio: refúgiate en la palabra de Dios.
Báñate en las palabras de Dios cuando se ha revelado y ha hablado de forma clara. Jesús mismo usó el Salmo 22 para su grito desgarrador en la cruz:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Lejos estás para salvarme, lejos de mis palabras de lamento.
Dios mío, clamo de día y no me respondes; clamo de noche y no hallo reposo.
Pero tú eres santo, tú eres rey, ¡tú eres la alabanza de Israel!
En ti confiaron nuestros padres; confiaron, y tú los libraste;
a ti clamaron, y tú los salvaste;
se apoyaron en ti, y no los defraudaste."
Salmo 22:1-5 NVI
Lee la Biblia y medita en lo que Dios ha hecho.
Encuentra calor y consuelo en los creyentes que están a tu lado.
Cuéntale a Dios tu dolor, tu llanto y tu angustia, y ofrécelo como una ofrenda sincera de confesión que el Padre va a entender y transformará en alegría en el momento oportuno.
"Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán."
Salmos 126:5 RVR95
El lamento, al igual que el silencio de Dios, es una pieza clave de nuestra vida que podemos usar como elemento de adoración.
Vuelve a leer los conocidos versículos del Salmo 23 bajo la lupa del silencio de Dios en la dificultad:
"Aunque ande en valle de sombra de muerte,
no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo;
tu vara y tu cayado me infundirán aliento."
Salmos 23:4 RV2020
El sábado de silencio es importante. Estuvo en la vida de Jesús y lo está en las nuestras.
No desesperes, no lo apresures, vendrá, durará su tiempo y acabará cuando la luz del Domingo empiece a iluminar el oscuro horizonte.
Y confía. Confía con toda tu alma, tu corazón y tus fuerzas.
Nunca olvides las promesas de Dios, que son fieles y verdaderas:
"Oí una potente voz que provenía del trono y decía: «¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios.
Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir».
El que estaba sentado en el trono dijo: «¡Yo hago nuevas todas las cosas!» Y añadió: «Escribe, porque estas palabras son verdaderas y dignas de confianza»."
Apocalipsis 21:3-5 NVI
Si estás tentado a desesperar en el silencio de Dios, aguanta. No desesperes.
Tómalo como el segundo de silencio al final de una pieza musical, de un coro sublime, de una sinfonía preciosa en la que Dios se toma un segundo de pausa para respirar… porque la nota final, los acordes del amén definitivo de la obra magna de tu vida merecen lo mejor y serán la música más bella que nunca hayas escuchado.
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