Enredados

Enredados

Una cita de humor dice que para conocer bien a la gente la tienes que observar lidiando con tres cosas: los días de lluvia, el equipaje perdido y las marañas de luces de Navidad que se forman de un año para otro.

En mi caso no me verás perder los nervios con ninguna de las tres: los días de lluvia y el equipaje perdido se solucionan con paciencia, y las luces de Navidad se las dejo a mi mujer y a mis hijos que son especialistas en deshacer enredos.

Pero cuando sí pierdo los estribos es con los auriculares que siempre meto en mi bolsa después de escuchar un poco de música o un podcast. A mi entender, los meto bien plegados, pero cuando cierro la bolsa y camino hacia casa, se produce un movimiento interno de cosas digno de los traviesos duendecillos de las leyendas irlandesas.

A la hora de llegar a casa y sacar las llaves en el portal, meto la mano y saco el llavero. Oh, parece que se resiste a salir. El móvil y la cartera no facilitan las cosas… Estiro un poco más, y para mi sorpresa, saco una ristra de objetos enredados a las llaves: los inofensivos auriculares han hecho una madeja tejida a conciencia con las llaves de casa, las llaves del trabajo, la tarjeta T-Casual y los chicles sin azúcar. Y para rematar esta hilera de objetos de bazar, otro par de auriculares que echaba en falta desde hacía dos semanas… Oh, no…

Lo que nos enreda

Lo confieso. En este punto sí pierdo la paciencia, y me irrito, porque las cosas que llevo, a priori necesarias y de naturaleza inofensiva, se conjuran para hacer una irritable bola inservible que tiene el objetivo de retrasarme en el portal cuando lo que quiero es llegar a casa. ¿Por qué guardo todas estas cosas?

Pues porque creo que las voy a necesitar. ¿Por qué siempre se enredan los auriculares? No lo sé, no tengo explicación, pero que siempre acaban enredados es tan cierto como el Sol que se levanta cada mañana. Tendré que preguntar a algún experto en entropía para que me dé una explicación que yo pueda entender.

Y siempre que me pasa eso hago nota mental de vaciar la bolsa de cosas innecesarias para que no me vuelva a pasar el desagradable numerito de los auriculares enredados en las llaves. Pero como somos animales de costumbre, y también de malas costumbres, siempre que me pasa recuerdo el versículo de Hebreos 12:1:

“Por eso, nosotros, teniendo a nuestro alrededor tantas personas que han demostrado su fe, dejemos a un lado todo lo que nos estorba y el pecado que nos enreda, y corramos con fortaleza la carrera que tenemos por delante”.
 

En la versión Reina Valera 2015 dice: “Despojémonos de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos enreda”: qué fácil me resulta volver a caer en la misma piedra y en los mismos malos hábitos, que, a pesar de parecer inofensivos, me impiden avanzar hacia adelante. Qué imagen más clara da Pablo a los Hebreos: el pecado que nos enreda, que nos lastra, que nos hace caer.

La solución: quita el peso del pecado de tu vida. Reflexiona en aquello que te hace caer y sácalo de tu bolsa. Haz limpieza de hábitos y de pensamientos. Sigue la carrera que tienes delante con paciencia, con perseverancia, sin desfallecer, porque todos caemos, una y otra vez.

Puestos los ojos en Jesús

El siguiente versículo nos da una buena pista de cómo seguir adelante en la carrera de la vida cristiana: con los ojos puestos en Jesús, en quien la fe empieza y termina.

“Fijemos nuestra mirada en Jesús, pues de él procede nuestra fe y él es quien la perfecciona. Jesús soportó la cruz, sin hacer caso de lo vergonzoso de esa muerte, porque sabía que después del sufrimiento tendría gozo y alegría; y se sentó a la derecha del trono de Dios.”

Cuando el pecado te enrede y caigas, mira hacia arriba y pide ayuda a Jesús. Él te conoce porque te ha creado y te tiende su mano para que te levantes, sacudas el polvo de tus rodillas y sigas hacia adelante, porque tienes un objetivo: llegar a la meta. Llegar a casa. Después del dolor, del sufrimiento, vendrá el gozo y la alegría.

Que nada ni nadie te enrede.

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